Toñita’s, el último club de la resistencia puertorriqueña

Antonia Clay “Toñita” en el centro de su social club.

Antonia Clay “Toñita” en el centro de su social club.

Texto y fotos: Marcos Echeverria Ortiz
*Este articulo fue publicado originalmente en la revista impresa Mundo Diners de Ecuador.


Un club es mucho más que un lugar para bailar: es, a veces, ese hogar que encontramos cuando estamos cansados de buscar. Este relato describe un club latino en Nueva York, que ha demostrado que la mejor forma de resistencia es beber, comer y bailar en comunidad.

Es un domingo de verano en Nueva York y ya es la hora del almuerzo. Aunque el día es húmedo y pegajoso, los clientes más fieles de Toñita's, el último caribbean social club de Brooklyn, y una fila entera de homeless esperan en la entrada para comer y ver un partido de béisbol entre cervezas, dominó, arroz con pernil y habichuelas.

-¿Dónde está Papo? -pregunta Toñita, la dueña, que busca a su ayudante gritando hacia la calle desde la ventana de su apartamento, ubicado en el piso de arriba del club.
-No hay nadie, está cerrado -responde un futuro comensal tras ver apagadas las luces del bar.
-No hay quien baje la comida -vuelve a gritar Toñita.
-¿Necesita ayuda? -pregunto desde abajo.
-Sí, suba - me dice.

La puerta de calle está abierta. Subo al segundo piso por unas angostas gradas de madera y entró a un pequeño apartamento.

La decoración es chillona: cortinas rojas, paredes naranjas, plantas bien cuidadas y sillones blancos Luis XV. El aroma está revuelto: un olor en el que se mezclan arroz, grasa de cerdo y esas colonias fortísimas que usa la gente mayor.

De un cuarto sale una señora pequeña, un poco encorvada y sonriente. Tiene rizos rubios y plateados, una nariz respingada y los ojos bien dibujados. Es Maria Antonia Clay, “Toñita”, la famosa matrona y protectora de la comunidad boricua del sur de Williamsburg.

A Toñita la conocen por ser la dueña del último bar salsero de cepa y por ser la protagonista de un aclamado documental sobre sí misma, pero sobre todo la respetan porque, a pesar de estar en uno de los barrios más gentrificados de la ciudad, se las ha arreglado para que su negocio no cierre. Antonia Clay y su club, también conocido como Toñita's, se han convertido en símbolos de la resistencia puertorriqueña frente al sistemático y avasallador desplazamiento de su comunidad.

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En las afueras del Caribbean Social Club, algunos clientes frecuentes disfrutan del clima y de un buena charla. Toñita vive en el segundo piso de este edificio.

En las afueras del Caribbean Social Club, algunos clientes frecuentes disfrutan del clima y de un buena charla. Toñita vive en el segundo piso de este edificio.

Es sábado y anochece en el sur de Williamsburg, uno de los barrios más caros de los Estados Unidos, donde el alquiler de un departamento pequeño puede llegar a costar tres mil dólares mensuales. Hay buen clima y la gente, en su mayoría blanca, abarrota los típicos bares, restaurantes y cafeterías cool; de esos que por ser “cool” te sacan seis dólares por un café o diez por una cerveza.

En la zona hay boutiques de diseñador, un cine lujoso, un gimnasio poco apestoso, y hasta uno de esos locales new age que venden piedras, cuarzos u obsidianas que los hipsters compran para recargarse los chakras.

Por ahí, entre tanto privilegio, se ve un par de banderas puertorriqueñas. Unas colgadas en las salidas de emergencia de los edificios y otras sobre las entradas de los pocos negocios latinos, evidencia cultural de lo que fue este barrio hace más de setenta años.

En la esquina hay un minimarket donde escuchan bachata. Ahí, una señora que sostiene una libra de came entre las manos trata de convencer al cajero de aceptar a Jesús como su salvador. Aunque él se niega, ambos sonríen. Después le pregunto al hombre dónde queda Toñitas. Me da la dirección y me cuenta que "esa señora es la más conocida de la zona”.

Caminando hacia el lugar me topo con un ruido en la vereda. Si hay algo que define a los caribeños en Nueva York es sacar el parlante a la calle para meter bulla, es una forma de decir "seguimos aquí'. De los parlantes sale una salsa vieja, de la dura, en la que revientan los trombones y los vientos, como la del Gran Combo o la de Willie Colón. El responsable es Pedro Rivera, un nuyorican (descendientes de puertorriqueños pero nacidos en Nueva York) de cuarenta y pico de años con pinta hip-hopera. Entre sus piernas tiene un par de bongos y los golpea a ritmo perfecto. ”Mira,” me dice, "aquí antes esto era malo, había droga, crimen y ganga (pandillas). La gentrificación ha cambiado el barrio. Lo bueno es que ahora es más seguro pero lo malo es que mucha gente ha tenido que salir''. Más bien huir, porque los miembros de esta comunidad no pueden pagar los tres o cuatro mil dólares mensuales para un arriendo.

La isla de Puerto Rico fue anexionada al territorio norteamericano en 1898, tras la guerra hispano-estadounidense. En 1919 el gobierno otorgó la ciudadanía americana a los puertorriqueños. Aunque en esos años hubo migración, el gran éxodo inicio en los cincuenta. Durante esa década, más de medio millón de isleños llegaron a Nueva York y formaron varios asentamientos en la ciudad: al sur del Bronx; en East Harlem (aka El Barrio, donde nació la salsa); en el Lower East Side, y el último en Brooklyn, al sur de Williamsburg. A este sector y a sus residentes se los conoce como Los Sures, la clase obrera que trabajaba en las fábricas del área y quienes cimentaron su espacio a punta de sancocho, baile y dominó.

Toñita’s también es un lugar en el que interaccionan varias generaciones a través de conversaciones, una partida de dominó o una bebida compartida.

Toñita’s también es un lugar en el que interaccionan varias generaciones a través de conversaciones, una partida de dominó o una bebida compartida.

Cuando llego a Toñita's dudo porque no hay letrero y no se si estoy entrando a un bar o a la sala de una casa. El espacio es ecléctico y está dividido en dos cuartos. En el primero hay una sala de billar, que está adornada con arreglos de Navidad que seguramente no han sido desmontados en algunos años. En una pequeña esquina hay unas congas y en otra una mesa de dominó tomada por un cuarteto de la tercera edad. Las paredes están repletas de trofeos de béisbol y archivos fotográficos. Son fotos enmarcadas de peloteros, equipos de softball y algunos retratos de Tonita en sus años mozos. En un rincón especial cuelga una foto de Maria Celeste Arrarás, orgullo nacional, más dos placas de la ciudad que reconocen el trabajo comunitario de Clay.

El trono de Toñita está en el segundo cuarto, al fondo, atrás de la barra. La veo lista para enfrentar Ia noche, perfumada, de labios rojos y adornada con anillos extravagantes. En una mano sostiene un vaso de plástico con jugo de naranja y en la otra un fajo de billetes bien agarrado. La gente entra, la saluda, la besa y la abraza. Ella solo sonríe.

Tonita llegó a Nueva York cuando tenía quince años, en una de esas oleadas migratorias del año 54. Vino porque una señora de Juco, su pueblo natal, decidió migrar. "Ella no tenía quien cuide a sus hijos. Ahí le dije que yo sabía hacer todo: lavar, planchar, cocinar y cuidar niños. Así empecé. Me vine pa´ca como todo el mundo que viene a este país, con ambiciones pa' un futuro mejor... con la idea de buscar ambiente''.

Después de cuidar niños, Toñita decidió probar suerte. Tenía diecinueve y veía que la economía de posguerra avanzaba bien. "Donde quiera había un trabajo. No tenías que estudiar''. Entró a una fábrica de faldas ubicada en la calle 27, en el lado este de Manhattan. Ahí pasó alrededor de veintisiete años. Durante todo ese tiempo saltó de barrio en barrio latino. De Manhattan al Bronx y del Bronx llegó a Los Sures en 1965 "porque el arriendo era barato.'' En su nueva casa decidió trabajar para ella misma y se lanzó a hacer lo que mejor conocía: costura.

Las parades del club están llenas de fotos y memorias que evidencian la historia de este lugar, el barrio en donde está ubicado y la comunidad que lo habita.

Las parades del club están llenas de fotos y memorias que evidencian la historia de este lugar, el barrio en donde está ubicado y la comunidad que lo habita.

En 1973 algunas familias en Los Sures hablaban de crear diferentes equipos de béisbol. La idea creció y fundaron una liga independiente que se reunía todos los domingos a jugar pelota en el Lidsay Park de Manhattan. Fue entonces cuando ella decidió ponerse un club social porque los equipos y la familia extendida de los jugadores "necesitábamos un bar para reunirnos. Este local estaba libre y lo arrendamos''. La liga fracasó, pero el local se quedó con lo más importante: la gente.

Son casi las nueve de la noche. En unas sillas de madera hay una pareja de viejitos ya con el cuello medio flojo y la palabra embragada. Aquí la gente pone música en una rocola digital de pantalla táctil. Salsa, bachata, merengue y reggaetón. Lavoe, Oscar de Leon, J Balvin y Bad Bunny. Lo clásico y lo contemporáneo a peso de cada canción. Alguien se anima a gastar su billete y pone una del recuerdo. "Amiga, dejame decirte todo lo que siento...''; canta Eddie Santiago. "iWepa!'; dice una señora mientras se levanta a dar vueltas. "Yo vengo acá por la cerveza, las amistades, todo. This is my second home, you know?"

Para la gente mayor que llega hasta acá Toñita's es su refugio, su parada fija y vespertina. Vienen porque aquí pueden intercambiar palabras, beberse una copa y echarse un partido de billar o dominó. Todo para sentirse menos solos. "Ella es mi terapia, tú sabe. Necesito venir. Ella es paciente y, si necesitas a alguien que te escuche, ella lo hace. Ya no encuentras a personas así en estos días. Cualquiera que venga con un problema, ella lo soluciona. Toñita es bien importante para la comunidad'; dice Marggie, una nuyorican de setenta años, retirada, nacida y criada en Los Sures.

En los años setenta Toñita's compartía la calle con otros dos clubes y toda la ciudad con cientos regados por los demás barrios latinos. Los social club no eran solamente lugares para humectar la garganta y sudar en salsa. Con el tiempo se volvieron centros comunitarios, sitios en los que se podía pedir ayuda en tiempos de necesidad: un consejo,un préstamo, un trabajo, un plato de comida o asesoramiento legal para los recién llegados. Todo lo que una comunidad migrante necesita hacer por sí misma para equilibrar la desventaja perpetuada por el sistema.

Si las tardes son para los mayores, la noche es para los cuerpos jóvenes. A las diez el lugar está a reventar de latinos de segunda generacion, migrantes o estudiantes sudacas. El bar comienza a sudar y los ventiladores se vuelven inútiles. Aquí el espacio personal no existe y los cuerpos se rozan en cada caderazo.

Es fácil sentirse solo y desdichado en Nueva York, pero no aquí. Estar en Toñita’s es como visitar la casa de alguna tía durante una reunión familiar y el desconocido se vuelve familia. "Tú sabe, el latino se pierde en el mundo del blanquito y este lugar es para que no te pierdas,” dice Esmaylin, un dominicano treintañero que trata de ir al club social cada semana. "Cuando entras es como que te sale algo del corazón, se te prende algo adentro. Puedes estar con un rico o un pobre que todos somos lo mismo,” dice.

Aquí el trago es barato. A tres dólares la cerveza y a cuatro los cócteles. ¿Por qué tan barato, Toñita? "Porque yo no pago renta. No pago empleados, todo lo hacemos nosotros [la comunidad]. Lo que se saca es pa' invertirlo otra vez, pa' la comunidad. Esto no es pa' fines de lucro. No es pa' un negocio, es pa' tenerlo. Pa' que se entretengan, pa' pasarlo bien, pa' que la gente esté feliz.”

Una de las principales razones por las que este lugar sigue vivo es que Toñita es dueña del local. Lo compró a inicios de los ochenta por doce mil dólares de la época, luego de haber vivido ahí por doce años junto a su esposo e hija. En esa década nadie se imaginaba que este barrio se convertiría en uno de los mejor cotizados del país. No obstante, Toñita tuvo visión, trabajó incansablemente en el bar, ahorró y comenzó a comprar propiedades alrededor de la zona.

La gentrificación empezó en la década de los noventa. Comunidades blancas que no podían pagar los arriendos en Manhattan descubrieron que Los Sures estaba cerca de la ciudad y tenía arriendos más bajos. En los diez años posteriores, todo cambió. En 2005 la ciudad de Nueva York aprobó que varias de las fábricas y bodegas industriales de la zona se convirtieran en condominios y edificios de lujo. Para 2010 el barrio tenía otra vibra y estaba invadido por galerías de arte, cafeterías veganas, restaurantes chic y hipsters. La población puertorriqueña migró a otras zonas de Brooklyn, más baratas, e inclusive a otros estados. La gentrificación sigue en marcha, y aunque a Toñita le han ofrecido cifras millonarias, ella no piensa vender su local. Ella sabe que marcharse de ahí es desarmar la comunidad.

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Un grupo de gringos, todos en sus veintes, entra al club. Se abre paso entre la multitud, llega al centro del lugar y comienza a bailar. En la mesa de dominó está Rachel Corchado, una treintañera boricua que mira directamente al grupo. "A mi esto de los blancos me explota. Nos quitaron el espacio, nos quitaron la isla y ahora esto,” dice. El rechazo no va dirigido necesariamente a estas personas, sino a lo que su llegada al barrio ha causado: el desplazamiento de comunidades trabajadoras, no solo de Williamsburg, sino también de otros barrios de Brooklyn. Esto me lo cuenta Marggi, quien ha sufrido la presión del desalojo. "Los dueños de los edificios quieren sacar a la gente que ha vivido aquí por años. Si los sacan, ellos pueden arrendar ese departamento tres o cuatro veces más. Ellos te acosan para sacarte. Primero te ofrecen plata (que no es mucha) y si no te llaman constantemente.”

Marggie cuenta que gente que acepta la plata y se la gasta en un mes. Otros regresan a Puerto Rico y tratan de hacer algo con ese dinero. Pero después del huracán Maria, que azotó  la isla en septiembre de 2017, muchas personas volvieron a Los Sures e intentaron regresar a sus departamentos, pero ya estaban ocupados. "Por eso este lugar es importante, porque ya no hay lugares para los latinos en este barrio. Ya no hay supermercados latinos. La comida es cara y ya no encontramos dónde comer. El único lugar que queda es un restaurante dominicano al que todo el mundo va. Eso también obliga a la gente a desplazarse,” añade Marggie.

La fiesta no para. Los del billar miran a sus espaldas, piden permiso a la gente, se abren un pequeño espacio entre los cuerpos y le pegan a la bola tac! Por ahí se oye a la gente del dominó gritar y desde la rocola suena Ivy Queen. Los millennials enloquecen con el reggaetón clásico y de tanto meneo un par de fotos enmarcadas caen al piso: los vidrios quedan regados por ahí, pero eso a nadie le importa. En la mitad un grupo de jóvenes celebra desaforadamente la renuncia del gobernador de Puerto Rico tras semanas de intensas protestas en la isla "¡Ricky renunció, Ricky renunció!" 

A partir de las nueve de la noche, el lugar se convierte en un bailadero secundado por el constante sonido de la salsa y el reggaetón.

A partir de las nueve de la noche, el lugar se convierte en un bailadero secundado por el constante sonido de la salsa y el reggaetón.

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Las veinticinco libras de arroz, ocho de habichuelas y ocho piernas de pernil que Tonita cocinó ella misma durante toda la mañana están listas para ser despachadas. Este es el famoso plato de comida que Toñita brinda gratis en una ciudad que todo cuesta. Todo.

Cada domingo al mediodía, después de la misa, hay una larga fila esperando su plato. Puedes servirte una porción modesta, sin abusar y pensando en el resto. Porque si bien es cierto que esa comida es para todos, los homeless tienen preferencia. "Durante la semana hay muchos sitios que les dan comida, pero no los domingos. Ellos ya saben que pueden venir aquí.” Tras recibir su porción todos la bendicen y le dan las gracias. Le dicen madre, paisana o ángel.

Toñita, la gente dice que hace esto porque es millonaria. -¿Millonaria? Soy millonaria porque tengo muchas amistades. Eso es ser millonaria. Te sientes feliz ayudando a la gente, la gente puede venir a ti y tú le puedes servir. Así tú eres millonaria.